Un anciano y un niño viajaban con un burro. Atravesaron un pueblo y un grupo de personas comentó:
“¡Qué par de idiotas! Tienen un burro y los dos van andando. Al menos uno podría subirse.”
Al pasar por otro pueblo, el anciano iba subido en el burro. Las gentes del pueblo dijeron:
“¡Vergonzoso! El pobre niño caminando y el viejo tan cómodo sentado en el burro.”
En el siguiente pueblo, el niño es el que iba en el burro. Las gentes del pueblo gritaron:
“El pobre anciano a pie y el chaval en el burro.¡Inadmisible!”
Al salir del pueblo, el anciano y el niño, subieron al burro.
Las gentes con las que se cruzaban les increpaban:
“¡Vais a dejar reventado al animal! ¡Os debería dar vergüenza!”
El niño y el viejo se miraron y empezaron a cargar con el burro, pero entonces la gente se burló de ellos
“¡Qué para de idiotas! Tienen un burro y los dos van cargando con el animal. Lo nunca visto.”
Ante una crítica el 90% de las personas reaccionamos sintiéndonos heridos o negando. Tan sólo el 10% sabe discernir, reflexiona serenamente y decide si debe cambiar o no cambiar alguna conducta. Además, cerca del 70% de las conversaciones son para criticar a un tercero que está ausente.
Una de las acepciones etimológicas del término latino “critĭcus”, que procede del griego “kritikós», es “capaz de discernir”.
¿Eres de los que piensas que puedes contentar a todo el mundo? ¿Te gustaría aprender las claves para poder discernir?